A todos nos ha dado alguna vez un apretón en la calle, o más de uno. En mi caso las veces que me ha sucedido esto o las más veces siempre lo he resuelto gracias a los excelentes y limpios servicios del Corte Inglés o del Hipercor. Nuevamente marcando también las diferencias en estos temas respecto a otras grandes superficies. Pero bien, ocurre también que el jodido apretón puede surgir de mala manera a horas en las que estos oasis de la higiene -en cuanto a servicios públicos me refiero- están ya cerrados. Algo así sucedió ayer.
Siendo conciso porque el amigo Ignacio siempre critica el excesivo tamaño de mis post costumbristas, diré que estaba en su compañía y en la del amigo y compadre Navarro. ¿Dónde? En las Titas, disfrutando de unas birras al relativo frescuelo que da la situación de esta terraza a la vera del río Genil dentro del paseo del Salón y participando en una de nuestras interminables conversaciones sobre automóviles, dispositivos móviles y la situación del país, todo ello aderezado con algún conveniente reclamo por parte del descubridor de los buenos andares o el buen lucimiento de alguna señorita que cruzara por el lugar. Apreciando el momento en suma.

Bueno tampoco hay que alarmarse, primera opción intentar conseguir luz, para ello uso el movimiento de brazos para reclamar la atención del dispositivo detecta movimiento y liberador de luz, hacer que repare en mi presencia y vuelva a darme la claridad suficiente para no dejarme oscuras en tal mal momento. Yo solo sentí vergüenza ajena de verme sentado en mi cabina de inodoro moviendo los brazos casi como en un precario baile de sevillanas entre el detector de movimiento y yo. Nada. De modo que opté por concentrarme en acortar el proceso de la deposición pensando en la posición tan expuesta a peligros varios que pudieran surgir. A oscuras, con los pantalones por las rodillas, dando gracias a Dios porque el portarrollos contenía el más que suficiente papel y preocupado por situaciones peligrosas que podrían suceder.
Pero todo terminó; para bien claro está. De hecho cuando estaba ya en el proceso de lavarme las manos entró un padre con su chaval y le dijo que entrara en una de las portezuelas guarda-inodoros dándole instrucciones al chico que se limpiara bien y se lavara las manos después, mientras él volvía a la terraza. Tentado estuve de avisar al pobre chaval -unos siete o diez años más o menos- ...tendría que enfrentarse a la terrible y peor sensación de quedarse a oscuras, solo...en el servicio del bar mientras su padre no estaba allí para alzar la mano y conseguir que el maldito detector...volviera a dar luz. Ingrata experiencia la que tuvo que pasar el chaval.
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