martes, junio 02, 2009

La bella Cristina de Noruega.


Era joven y hermosa; se la supone alta, rubia y seductora; era princesa y acaudalada. Vino de Noruega a casarse con un infante de Castilla. Trajo de cabeza a Jaime I de Aragón. Se llamaba Cristina. Vivió solo cuatro años, después de su boda en 1255, y está enterrada en el monasterio de Covarrubias. Caravanas de turistas nórdicos acuden a visitar su sepulcro  y poner en él flores y banderitas. Su historia linda con lo increíble y rebasa la raya de lo raro y misterioso. La única manera de digerirla consiste en aceptar como punto de partida una honda comunicación entre España y el mundo escandinavo que, a fuerza de intimidad, excuse aspectos chocantes del comportamiento. Todo este asunto lo imprimió en 1919 nuestra Real Academia de la Historia.

En sustancia, el caso es que en 1256 desembarcó en un paraje de Noruega una embajada del rey Alsonso X de Castilla. Al mismo tiempo (la cosa queda en segundo término y no se sabe más de ella), regresó al país por otro puerto un eclesiástico noruego, llamado el presbítero Elías, que el príncipe heredero había enviado a España no se sabe a qué. El rey Haakon IV de Noruega recibió cordialmente a nuestra embajada y se enteró de su fausto motivo: que desde Castilla le pedían la mano de su hija, la princesa Cristina.

En tal punto, el lector puede escoger entre tres versiones de este trajín: una es rosada y romántica; la otra vodevilesca y sórdida, y la tercera deja tantos cabos sueltos que desafía la verosimilitud. Veamos pues.

La versión número uno está principalmente dedicada a los turistas escandinavos y a los enamorados de todos los países. Recitada por el guía de la colegiata de Covarrubias, declara que la princesa Cristina de Noruega vino de su tierra, se casó con el infante don Felipe, hermano del Rey Sabio, y murió cuatro años después. El viudo, inconsolable, se hizo fraile y acabó de abad de Covarrubias, a la vera del sepulcro de su amada. Una campana, cuya cuerda está hoy decorada con los colores de Noruega, se tañe en ocasión de esponsales y bodas para darles tanta firmeza como a este amor. The end.

Vamos con la segunda interpretación, donde Alfonso X merece el adjetivo de despabilado más que el de sabio. Casado el rey con Violante de Aragón, hija de Jaime I, impacientóse de no tener hijos de ella y arbitró mandar a Noruega -y ¿por quéa Noruega?, dirá usted- una embajada a buscarle novia, contando con anular el matrimonio mientras iban y volvían los mensajeros. 

Asó lo explica Zurita, partiendo de la crónica de don Alfonso. Lo malo, o lo bueno, según se mire, es que la reina Vionlante dio a luz mientras tanto a la infanta Berenguela. Siguieron más jornadas de agobio y ajetreo. ¿Qué hacemos ahora?, debían de repetirse los cortesanos, mientras iban acercándose la comitiva de la princesa. Una noticia optimista, que prepara soluciones, la vikinga es hermosa y atractiva. No faltará pues quien acepte casarse con ella. Varios hermanos del rey discuten por lograr su mano. Al fin, gana la partida el infante don Felipe, salvado el trivial inconveniente de que fuera abad de Valladolid y de Covarrubias y arzobispo preconizado de Sevilla. Un eclesiástico tan campanudo como éste es secularizado y contrae matrimonio con la bella noruega. ¡Para que alguien se sorprenda de que algunos clérigos de hoy aspiren al yugo nupcial!

Don Antonio Ballesteros, que no tenía nada de beatífico, comenta esta versión, sentenciando: "No se pueden acumular mayores desatinos en menos renglones". Por desgracia, su propio racconto abre muchas puertas a la incredulidad: resulta que lo que fue a pedir a Noruega la embajada del rey castellano fue la mano de la princesa para "alguno de los hermanos" de don Alfonso,  y Haakon IV dio a su hija, con riquísima dote, y la envió a España con más de cien acompañantes, sin saber con quién había de casar. Siguen las cosas raras: los capitostes de la comitiva determinaron desembarcar en Normandía y cruzar Francia, cuando lo fácil y rápido era seguir navegando hacia un puerto castellano. Más aún, después de saludar al rey francés, el cortejo se llega a GErona, que no cae de camino hacia Castilla, y acude a Barcelona, donde Jaime I recibe y colma de honores a la princesa y acompañantes con tanto mayor motivo cuando que el Conquistador no se da por jubilado en artes de amor, y se siente muy atraído con la gentil viajera a la cual insinúa su pasión. Tranquilicémonos: no habrá aquí un segundo Tristán, enamorado de la prometida de otro, y la seductora Isolda, sin copa hechicera por medio, se dejará conducir a la corte castellana, donde fueron incluso embajadores moros a cumplimentarla. Llegarán cartas de Jaime I que insiste en aspirar a su mano, y acabará por recibir calabazas solemnes, y tanto más dolorosas cuanto que el motivo es....por demasiado viejo.

Alfonso X, cuando hubo resuelto entre sus hermanos la trifulca que había levantado la aparición de aquella estrella polar, apoyó la secularización de don Felipe y le procuró un buen pasar, con la concesión de varios impuesto de Ávila y la de cuatro pueblos.

Parece que los esposos fueron a Sevilla (no es frecuente que el viaje de bodas se haga al lugar de donde el novio ha sido arzobispo) y que el clima no sentó a la hermosa noruega. Por lo demás, don Felipe volvió a casarse, inquietó a su hermano y agitó el reino, sin vacilar en aliarse con los moros de Granada y saltear caminos.

Toda esta historia, sea cual fuera la interpretación que se le dé, está enmarcada en el problema de la aspiración de Alfonso el Sabio al Imperio germánico. Para apoyarla, nuestro rey concertó una alianza bastante retórica, por lo demás, con Noruega, a la vez que aquel matrimonio. Con todo, ni esta alianza ni la pretensión imperial hubieran tenido base si no hubiera existido antes, como ya vamos viendo, mucha más comunicación entre España y el Atlántico Norte de lo que se lee en los manuales vulgares.

¿Bonito e interesante verdad? Esto es historia. Abstenerse de leerlo partidarios del sistema educativo español actual, porque esto si crea cultura.

Texto escrito por don Pedro Voltes en 1984.

* por cierto no lo he copiado con el copiar de windows, o algún tipo de escaneo. Me lo he tecleado para disfrutarlo más.

1 comentario:

Diego Comunale dijo...

Me encantó esta historia !! Conocí a esta reina noruega gracias al libro de Espido Freire "La flor del norte", cuentos como este hacen de la lectura y la historia un auténtico placer!! Gracias.