lunes, octubre 12, 2009

La batalla de las Ardenas; Patton y el tiempo.





Ahí va un fragmento de la Batalla de las Árdenas...

El servicio meteorológico de la 9ª Fuerza Aérea, el cuerpo de ejército aéreo de Estados Unidos que cubre la zona Ardenas/Alsacia, es categórico: "Durante los próximos días persistirá el tiempo cubierto, con visibilidad reducida. No hay cambios previstos antes del 26 de diciembre". El feje de Estado Mayor de la 9ª Fuerza Aérea no asume una responsabilidad que vaya más allá de sus atribuciones cuando afirma:

- Con este tiempo es imposible que nuestros aviones despeguen.

Su jefe, el general de cuerpo de ejército aéreo Vanderberg, sólo puede asentir con la cabeza. El mal tiempo, el único aliado de Hitler -incluso el único que le queda- se instala en una capa de nubes, baja y espesa, que va desde el mar del Norte hasta la frontera suiza. No se podría hacer volar ni una cometa.

Esta poco esperanzadora constatación no consigue disminuir el ardiente optimismo de George Patton, el comandante del Tercer Ejército, cuyos Colt de culata de nácar, que siempre lleva en el cinto, se han convertido en tan legendarios en el ejército estadounidense como las granadas de Ridgway, que colgaba por sus pasadores.

Patton posee la fe propia de un cruzado, a cuyo ritual no le falta una ruda familiaridad. Para él, la semana anterior, el mal tiempo ya se había prolongado lo suficiente y ahora se convertía en vital para los ejércitos estadounidenses una intervención del mismo Dios. Así pues, convoca de inmediato a su capellán justo cuando desencadena su ofensiva en el Sarre:

- Padre, desearía que pusiese al Buen Dios de nuestro lado.

- Mi general -responde el capellán jefe del Tercer Ejército -, no es una cosa fácil de hacer.

- Éste es su trabajo.

- Por supuesto, mi general, pero comprenda que me es difícil llevar a cabo una plegaria en la que pida a Dios matar a otros hombres.

- Padre, ¡no le pido que me haga un curso de teología! Le recuerdo que es el capellán del Tercer Ejército y que quiero mi oración.

El capellán en jefe, de forma maquinal, selleva la mano a la cruz de plata de cuelga de su cuello, por encima de su guerrera de oficial, y esboza una tímida sonrisa -caritativa- antes de retirarse.

Esa misma tarde, Pattón tiene su plegaria:

"Señor, todopoderoso y misericordioso, te imploramos tu bondad divina para que te dignes contener estas lluvias contra las que debemos luchar. Concédenos con Tu gracia un tiempo favorable para la batalla".

Esta plegaría satisface a Patton, que la hace imprimir en varios miles de folletos. Inmediatamente son distribuidos en todo su ejército. Días más tarde, su jefe del Estado Mayor atrae su atención sobre el hecho de que esta plegaria está destinada a su ofensiva en el Sarre, pero, mientras tanto, Bradley le ha ordenado dirigirse urgentemente hacia el norte para frenar la ofensiva alemana en las Ardenas:

- No la líe más- le responde Patton-, Dios está al corriente de ello. Sabe perfectamente que estamos demasiados ocupados combatiendo a los alemanes como para que tengamos tiempos de imprimir otra.

Ciertamente, Patton está muy ocupado y no ha perdido ni un minuto en redesplegar su ejército en el Sarre para dirigirlo hacia Luxemburgo. Este gigantesco movimiento de tropas se realiza en tan sólo cuarenta y ocho horas. Para ello, todo un ejército al completo retrocede sobre sus pasos y se dirige hacia el norte a lo largo de 150 kilómetros, por carreteras y caminos que sólo existen nominalmente, y entre borrascas de lluvia y luego de nieve. Sólo cuando se piensa en los centenares de vehículos que integran una división y en todas las divisiones que forman el Tercer Ejército, a los que hay que añadir los camiones de suministros, de municiones y de Ingenieros y los grupos sanitarios, se puede valorar las dimensiones de la proeza del general Patton y sus hombres.


* Fuente: La batalla de las Ardenas. Michel Herubet. Inédita Editores. 2006


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