sábado, enero 30, 2010

Cuatro tocayos de cuidado



Una de las figuras más escandalosas de la época es, precisamente, ese Don Juan Manuel...justamente el autor del Conde Lucanor o del Libro de las almas, Libro de las maneras de amor y un largo etc. Incorrectamente llamado a menudo infante como si fuese hijo de rey. Era nieto de rey, por serlo de san Fernando0, padre de su progenitor, el infante don Manuel, hermano de Alfonso X. Causa primero estupor que semejante persona tiempo de cultivar la literatura, metido hasta el cuello como estaba en trapacerías, viajes, guerras y la rapiña de todos los bienes que se le pusiesen a mano; después de aquel asombro inicial, aturde que tamaño bellaco se especializase en  un género didáctico, moralista, prudente , sosegado.

"Contemporáneos suyos -escribe Carnicer- fueron otros tres Juanes, los tres de muchísimo cuidado." Vamos comprobarlo. Fue el primero el infante don Juan, hijo del Rey Sabio, a cuya corona aspiraba también para no ser una excepción. Rivalizó así con su hermano Sancho IV y lo incomodó tanto como entre los dos habían inquietado a su padre. Intrigó con Portugal, trató luego con don Alfonso de la Cerda y se cubrió finalmente de ignominia al pasar a Marruecos y sumarse al asedio de Tarifa que tenía en curso el rey moro.

La plaza estaba defendida -como todo el mundo sabe- por Alonso Pérez de Guzmán y el famosísimo chantaje de conminarle a rendirla a cambio de la vida de su hijo, que estaba prisionero de don Juan, fue ocurrencia de éste, y no de los moros. De esta joya de hombre fue hijo otro de los Juanes que indico, llamado cariñosamente Don Juan el Tuerto, que fue cotutor de Alfonso XI. El apodo alude a que era contrahecho . En cierto momento de las fluctuantes amistades y enemistades dentro de esta cuadrilla, se concertó la boda del Tuerto con una hija de Don Juan Manuel, llamada Constanza, que era niña aún.

Para evitar esta colación el propio rey Alfonso XI salió al quite ofreciendo casarse con la niña Constanza. Como era natural, esta propuesta prevaleció sobre la alianza con el Tuerto en el ánimo de Don Juan Manuel, y las bodas se celebraron en la confianza de que el Papa dispensaría los impedimentos.

El novio rechazado creció en su encono contra el rey, urdiendo conjuras con medio mundo, y -¿qué se le va a hacer?- no hubo más remedio que expulsarlo de esta vida. Don Alfonso XI, lo atrajo astutamente a la ciudad de Toro con promesas varias, y le invitó a un banquete, que fue el último para él. Junto con algunos de sus fieles fue asesinado expeditivamente. Más tarde, doña Constanza fue repudiada y el que se enfadó fue don Juan Manuel, el cuarto de esos prohombres.

Don Juan Núñez de Lara era señor de Albarración y pugnaba con la familia de los Haro por dominar la voluntad de Sancho IV. El infante don Juan era yerno de don Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya. Dentro de un remolino de confabulaciones y maniobras, Sancho IV citó al suegro y al yerno en Alfaro, y no debieron de valorar positivamente -como se dice ahora- sus mutuas relaciones, porque don Lope fue asesinado en la misma cámara real por el propio soberano, y el infante don Juan salvó la vida porque se interpuso doña María de Molina.

Con la historia de estos personajes está enhebrada la de otro perillán que en su tiempo causó muchas preocupaciones. Era el príncipe don Enrique, hermano de Alfonso X. Cuando ya reinaba el nieto de éste, Fernando IV, le llegó en Sevilla la noticia de haber puerto el anciano pariente y, según dice la Crónica, "ovo el rey muy grande plazer, e fizo fazer grand alegría a todos los que eran con él". Se supo luego que no, que todavía estava vivo, y "ovo muy grand pesar el rey, e dejaron de facer la alegría que facían". Este mismo equívoco padeció don Juan Manuel, que era heredero de don Enrique, y corrió a su lecho de muerte en Roa para hacer efectivos sus derechos. Le encontró todavía vivo, pero como no era cosa de volver otro día, "tomóle cuanto le falló en la casa, plata e bestias" y se lo llevó, faltaría mas.

Este don Enrique es llamado el Senador, porque lo fue nada menos que de Roma, donde lució mucho su talento político. Antes había vivido y prosperado entre moros. Estando en Túnez, tuvo no sé qué diferencias con el rey, y éste lo invitó al palacio real, le dió conversación en un patio y se alejó luego con una excusa. Entonces mandó echarle a don Enrique dos leones, y éste, según parece, guardó tan majestuoso continente y los miró con tanta severidad que los leones se humillaron. El tunecino no desistió empero de quitárselo de encima por varios estilos, y a la postre, le embarcó para Italia, donde nuestro compatriota se lució tanto, aparte de veintiséis años de cárcel que tuvo que pasar allí. De regreso a Castilla, viejo pero no cansado, no cejó hasta que le fue adjudicada la gobernación del reino durante la minoría de edad de Fernando IV, aquel que festejaba la noticia de su muerte. 

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